domingo, 11 de julio de 2010

Cortázar y los autos


¿Me reconciliaré alguna vez con los autos?. Tal vez, pero para ello tendrían que ser muy diferentes de lo que son, y cuando hablo de autos hablo sobre todo de sus dueños y conductores. Los aceptaría si la ciudad estuviera llena de formas insólitas y coloreadas, de pinturas y dibujos en movimiento, de burbujas o paralelepípedos que prismaran las luces al moverse, de una individualidad que cada vez falta más en nuestra civilización; los aceptaría si sus conductores, tantas veces solos en el volante mientras la gente sale de sus trabajos y busca ansisamente un autobús ya lleno o ausente, invitaran a aquellos que coincidieran con su itinerario, los acercaran a sus casas y charlaran un poco con ellos. Ya sé que es mucho pedir, y que casi siempre el que se compra un auto no lo hace para acercarse sino para separarse, para reinar como un pequeño déspota dentro de su triste escarabajo reluciente. De manera que hasta nueva orden sigo andando a pie o tomando el metro; siento la brisa en la cara y el suelo bajo mis zapatos, me rozo con la gente y cuando puedo hablo con ella. Retrógado, sin duda, pero mucho más feliz.

Julio Cortázar


Los taxistas te hacen juegos de luces, entonces, acelerarán más.
Las ambulancieros suelen usar la sirena para que no se les enfríe la pizza.
Los autos particulares te arrecian porque sí. La velocidad indefinida es para ellos, un sueño incontrolable.
Algunos de esos conductores gustan de pasar zumbando junto a peatones varios, ancianos de lento andar, bicicletistas, mujeres y hombres en silla de ruedas, perros, skaters y niños mal prevenidos.
Algunos choferes de bus argumentan la ley del más fuerte -los pasajeros que aman llegar antes de un momento inexacto, los avalaran-
Los camiones de reparto han implementado la triple fila, entonces los que empiezan a acumularse detrás nos brindan la hermosa sinfonía bocinera.

"Cuando todo va mal, todo es normal"

Con norte individualista y lo malo a flor de piel, mal norte entonces este que propone anteojeras. Y sin embargo, las afluencias del mundo en cada esquina -concedido el paso- ante aquel en quien vislumbramos auténtica prisa en su aceleración y freno, el goce del saludo al desconocido abriendo la puerta del azar, amontonamiento inmediato de impulsos de interactuar con el no conocido, un tal José Perez como vos o como yo que porta siempre una historia y minutos para ser compartida

Maneras de estar vivo.

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