domingo, 27 de octubre de 2013

Si la democracia es un derecho, ¿porque votar es una obligación?




Desde niño escuché las mismas razones; la vuelta de la democracia le daba al voto obligatorio su vocación per se: garantizar la democracia ganada a los militares, reyes en los 70, tras la muerte de Perón, una figura que de tan buena y mala, hacía sombra al más pasmado. Porque Perón fue el político del siglo 20 argentino. Y Juan Domingo era un militar.
Ya en el 83 la ebullición de la libertad democrática era un concepto que abría al diálogo, las artes y lo sueños de grandeza argentinos. Un pueblo donde la contradicción es el sueño de la revolución eterna, una revolución que lejos de defender la libertad, cual resistencia francesa en la segunda guerra, pasa más por la charla de café y filosofía de baratillo. Solucionamos el mundo hablando, pero a diferencia de Alemania y su milagro alemàn postguerra, aquí tenemos mucha tierra y poca mano de obra predispuesta. Yo, por caso, soy un citadino más. Somos pocos y las tierra nos sobra.
Entonces desde los 80 la democracia y el voto formaron el único matrimonio que no tomo el atajo del divorcio, una vez este legalizado en el año 87. Pasó Alfonsín y su abandono, vino Menem y trajo a Menem, el espejo de una sociedad con ansias de consumo y brillo. Luego aparcó de La Rúa, mmm, un muchacho, con paradoja portuguesa pues poca calle (rúa) tenía el hombre, quien luego de acostar a su vice se dedicó a autografiar sus propias fotos mientras fuera el país se volvía puro fuego y hambre.
Y al no haber gobierno, el pueblo no recibe dádivas, acto seguido: hambre.
Tan acostumbrados a elegir al menos malo estábamos, que luego de la lección del 2001 y el eterno meneo dólar-peso, decidimos elegirlos a todos: ningún candidato logró más del 25% y 5 de ellos de disputaron una presidencia. Así Carlos Saúl se retiró invicto en toda contienda electoral a lo largo de su carrera política.
Es justo entonces: nuestro espejo no tiene por qué pagar más cara la herejía de devolvernos nuestro propio reflejo, si la gente (la gente somos nosotros!) no es capaz de ver sus propios yerros antes que los ajenos.
"Los políticos son todos iguales", mil veces lo escuché. Los políticos son tan argentinos como yo o cualquier otro gaucho o guacho de estos pagos. Mutemos a todos esos argentinos, ¿serán doscientos mil ciudadanos acaso?, y sorteemos a otros tantos para ocupar esos espacios de poder. Tal vez la desazón sea exactamente la misma que ahora; pero a cuento de que averiguarlo?
Los gobiernos existen porque nosotros los aceptamos; y no hablo de guerra, guerrilla, cortes de ruta, marchas, mitines ni día nacional de no sé cuánto. Por supuesto tampoco hablo de revolución ni anarquía, claro que no. Esas palabras se han disuelto en manos de mucho inescrupuloso que anda dando vuelta por ahí sin saber cómo engancharse de la hermosa vaca lechera que es esta tierra, mal llamada Argentina, pues si tanto nos gusta la platita, debería llamarse Argentinita. Lo recuerdo  a mis 8 o 9 años en las charlas que "los grandes", sostenían...."Este país es una vaca lechera, le sacás le sacás y no se termina más...y mirá que roban, eh?"...tardé 15 años en darme cuenta que detrás de frases así, se escondía un secreto regodeo por haber nacidos "bien parados" en el planeta. Geográficamente lejos de las guerras, lejos de territorios yermos, lejos de ser árabes o comunistas, pero lejos también de la curiosidad de los Guevaras del planeta, que decidieron dar vueltas al mundo para descubrir que las revoluciones del alma no tienen bandera, nosotros, la mayoría de los argentinos, preferimos atarnos al fruto que nunca merma, tierra donde "tirás cualquier cosa y crece..", aceptando todos los lejos que la vida nos presenta.
Luego de Carlos Saúl, llegaron Néstor y Cristina Kirchner, y más allá de buenas y malas decisiones levantaron a lo largo de estos diez años banderas bien notorias, entre ellas la defensa de los derechos humanos desde la visión política y la concreción del Estado y los actos públicos de pase de factura al ambiente militar todo, y también la visión clara, precisa, de un enemigo visible, establecido y publicitado.



30 años de democracia. Ok.
De un día como hoy 27 de octubre, donde miles y miles de pesos, e intereses andan dando vueltas esperando que el ganador los baje de un hondazo, poca cosa buena puede salir.
Domingo en que la industria del voto se hace su agosto bienal, moviendo millones y millones en transporte, comida, ropa, promesas de planes y mejoras, postes para luz o vigas para el techo de la casita, o contante y sonante por jornal. No me queda claro en cómo anteponiendo todo este negociado vamos a mejorar ustedes o yo, vecinos de algunos barrios mas allá.
Mujeres y hombres de traje y elegancia, hablando en recintos de maravillosa arquitectura, transmitidos por todos los medios de información las 24 horas, mientras sean noticia. Tomando decisiones, implementando ideas resoluciones y proyectos, decidiendo como va a ser nuestro futuro pagado con sendos impuestos y/o trabajos.
No, gracias, para mí todo esto no puede llamarse democracia.
Me siento más representado democráticamente por una sociedad de fomento o Comuna vecinal, en la que las decisiones de mejoras se generan y concretan trabajando palmo a palmo y pata a pata con el otro, espacio compartido donde nadie tiene el mote de ministro ni secretario, sino que nos llamamos Laura o Lucas, por caso. Que somos compañeros por elección de barrio, de alma, donde pasamos a dejarnos unas verduras de regalo o caemos con un paquete de yerba. ¿Porqué elegir a alguien que me represente en una ciudad remota para que él tome decisiones por mí y para mi barrio?, Pienso que es mejor ser responsable por uno mismo y accionar en pos del medio que nos rodea, aquí, ahora, en el mismo lugar que habitamos y no en la capital de una provincia lejana.

Si, prefiero el pago chico en donde la creencia en el otro es inherente por cooperación implícita.
Sí, elijo remarla con una barriada de 300 personas organizadas para el avance de huertas vecinales y formación de talleres en base a los oficios o profesiones de los mismos vecinos.
Sí, quiero el uso en común de los vehículos motorizados de la vecindad, para el beneficio de la economía familiar y el bien común en pos de un aire menos poblado de gasolina.